Requiem por el intelectual
“clásico”
Anhelo de una comunidad
inteligente
Javier B. Seoane C.
Agradezco al
Profesor Juan Marcelo Hernández de la Universidad Central de Venezuela, quien
prestó su casa el pasado martes 17 de abril para, junto con el amigo común
Rodrigo Aguilar, realizar el amague de tertulia que me motivó a escribir las
siguientes líneas. Ellas me ayudan a retomar la actitud de tejedor (escritor y
tertuliano) propicia para mi condición de pre-jubilado cada vez más “pre”.
I
Entre las muchas
perplejidades de nuestro tiempo cuenta también la de la falta de intelectuales.
Se dice que tras la desaparición de los grandes formadores de opinión, de los
grandes críticos, tras la desaparición de los Karl Marx, los Max Weber, los
Jean-Paul Sartre o los Herbert Marcuse nada queda hoy. Particularmente en
Venezuela, tras la muerte de Uslar o antes de Cabrujas, parece que ya no hay
"notables", ni a la derecha ni a la izquierda, que orienten
espiritualmente a la nación, parece que ya no hay quien piense con inteligencia
al país. Y, no obstante, contamos en la actualidad con recursos maravillosos
que se expresan bien en lo que unos llaman "sociedad de la
información" y otros "sociedad del conocimiento". Si Alejandro
soñó la biblioteca más grande del mundo y el Congreso de los Estados Unidos se
abocó a construirla con la paciencia de los siglos, hoy cada quien que disponga
de un teléfono inteligente con conexión tiene la más grande de las bibliotecas
que no alcanzó a imaginar Alejandro o los fundadores del Congreso
norteamericano. El peligro: naufragar por no saber navegar en este
cuasi-infinito océano llamado internet. Aquí es muy fácil ahogarse.
Nunca antes contamos
con tantos medios para comunicarnos y para informarnos, mas todo indica que la
“babelización” aumenta a la par que la intoxicación informativa. Nos dicen que
síntomas de que algo no va bien hay por doquier: criminalidad, terrorismo, concentración
brutal de la riqueza en menos del 1% y extensión planetaria de la miseria, populismos
de extremistas diestros y siniestros acechan en cada esquina, guerras
potenciales asoman en cada continente, aquí como en la Europa de la novena
sinfonía. Ante este preludio de apocalipsis más de una voz clama por
orientación, pero ya no hay intelectuales para darnos una guía moral. Empero,
digamos que tampoco orientaron mucho a “las masas” en la emergencia de los
fascismos de la primera mitad del siglo XX, incluso más de uno contribuyó a
encender aquellas llamas totalitarias. Jaspers, Ortega, Arendt o Russell, entre
muchos otros, quedaron perplejos ante los devaneos de Heidegger o los malos
momentos de Unamuno, también entre muchos otros. Por cierto, descalificar la
obra de estos últimos o las de Marx, como las de cualquier otro por sus
compromisos ideológicos sólo contribuye a esa otra intoxicación del ad hominem. Y aquí, en Venezuela, otro
tanto ocurrió: perplejos quedaron Job Pim, Leo Martínez, Gallegos o Pocaterra con
el apoyo de aquella brillante intelectualidad, encabezada por Laureano
Vallenilla, al César bueno de La Mulera. Casi cien años después otra intelectualidad
romántica de izquierda, siempre sumamente peligrosa en las arenas políticas, muy
“poscolonial” ella, terminó apoyando a su buen “César” para que emprendiera una
“auténtica” revolución en esta tierra caribeña: un teniente-coronel (R.I.P.) salido
de “Pantaleón y las visitadoras”. Ahora se les ve por ahí taciturnos tras las
chisteras de otros milicos de oposición, todo en nombre de la democracia popular.
¿Aprenderán alguna vez estos intelectuales que la bondad de los “Césares” sólo
se reconoce cuando el “búho de Minerva” alza su vuelo, nunca en el amanecer?
Puesto que la apuesta resulta muy riesgosa, pues la historia está repleta de
atardeceres cesáreos terribles, bien harían en dejar de balbucear (decir
barbaridades) y repensar sus categorías “crítico-emancipadoras”.
Las masas se le
rebelaron a Ortega y la muchedumbre solitaria, aquella del “se” heideggeriano,
sació su hambre alrededor de las piras que los nazis hicieron con no pocos
libros sacados de germanas bibliotecas. Hoy se reducen los peligros de que se
extienda el incendio pues muchos los queman digitalmente en las redes. Es lo “adecuado”
ecológicamente, entra dentro de lo “political correctness” del hombre/mujer-masa
digitalizado. Ortega, por cierto, se ufanó siempre de haber nacido en el edificio
de una imprenta madrileña. Como buen heredero del rol del intelectual emergido
durante la tercera república francesa, aquel del “J'accuse” de Zola, consagró su vida a la prensa para
ejercer la crítica y coadyuvar en la formación de una opinión inteligente en la
España “posrentista” (del 98). A su muerte, el tirano que aplastó con tanques a
medio país, que venció sin convencer, ordenó que no se hablara de ese “ateo”.
Ortega asumió el rol del intelectual de su tiempo, pues como bien dejó dicho
Hegel nadie puede saltar por encima del suyo; asumió el rol del intelectual
crítico y forjador de opinión en la sociedad de masas que surgió inmediatamente
de la revolución industrial en una Madrid pre-industrial. Como diría Marx, fue
una personificación de su mundo sociocultural, personificó al intelectual, tal
como el mismo Marx personificó el suyo en el alba catastrófica de la revolución
industrial inglesa. Y antes de Marx el propio Hegel personificó a ese
intelectual qua “filósofo rey” en el
contexto prusiano. Para decirlo con el idealismo alemán, cada una de esas
personificaciones constituye una figura del espíritu del tiempo: intelectual
del Estado, intelectual revolucionario romántico, intelectual crítico formador
de opinión. ¿Y hoy? ¿Cuál es la figura del intelectual hoy? ¿Cómo se
personifica este personaje de nuestra comedia humana? Puesto que muchos lo
extrañan quizás ya ni exista o quizás estemos atrapados todavía en la
representación del mismo entre Hegel y Zola, buscándolo y sólo encontrando
zombis. En los tiempos líquidos, el intelectual “clásico” es ya zombi.
II
La revolución
industrial siguió su curso y se volvió “posindustrial”. Del 1.0 llegó al 4.0 y
hoy hay parlamentos que se plantean, como el español, que tal vez convenga que
los robot coticen a la seguridad social. Al proletariado ya se le dijo “adiós”
pocos años antes del 68, aunque medio siglo después todavía haya zombis que
hablan de izquierdas y derechas, de socialismo y capitalismo. Aquel por falta
de liquidez se desplomó a finales de los ochenta y este se volvió muy líquido
(Bauman). Pero no se nos mal interprete, no somos epígonos de Fukuyama. Ni
estamos ante el último hombre ni al final de la historia. Tampoco ante el
hombre nuevo de la Venezuela actual, aquel que se ha reencontrado con los hunos
como diría mi querido Profesor José Francisco Salinas, pero con el agravante de
que ni siquiera puede reconocer el valor de lo civilizatorio.
II
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